Platón
Xavier Zavala Cuadra
Nacido de una familia de abolengo ateniense con larga historia de participación en la política de la ciudad, intervino en la vida pública tan pronto como se lo permitió la edad. Pero la realidad que vivió —la Dictadura de los Treinta tras la derrota frente a Esparta, el régimen democrático que siguió después y que condenó a muerte a su maestro Sócrates— lo hizo cambiar de rumbo. "Entonces dice en una carta me comenzó todo a dar vueltas con vértigo de náuseas, y llegué a la convicción de que todas las actuales constituciones de los pueblos son malas. Y me vi impelido a cultivar la auténtica filosofía maestra de lo que es bueno y justo tanto en la vida pública como en la vida privada."
Dos motivos lo alientan: uno, defender y continuar la obra de Sócrates; el otro, defender la idea de ciudad-estado como unidad política, económica y social independiente.
La doctrina de las ideas
Sócrates había enseñado a buscar y conocer lo que hace que algo sea lo que es. Llamamos "esencia" a eso que hace que algo sea lo que es. Lo que hace que el zapato sea zapato es la esencia de zapato, lo que hace que algo sea justo es la esencia de lo justo, lo que hace que un acto sea valiente es la esencia del valor. ¿Cómo conocemos estas "esencias"? ¿Cómo conocemos, por ejemplo, la esencia del zapato? La conocemos mediante la muy peculiar capacidad de nuestra mente de prescindir en nuestra mente de cuanto hace que los zapatos sean distintos entre si —tamaño, forma, color— y distintos de todos los otros seres. Prescindir de todos esos otros elementos es haber separado la esencia de zapato de todas las otras características que observamos en el ser concreto, es haberla abstraído de entre todas esas otras modalidades.
Pero ¿existen estas esencias? ¿Existe la justicia por sí sola o únicamente existen actuaciones humanas justas? ¿Existe el valor o sólo actuaciones humanas valientes? Existe la esencia del triángulo o sólo objetos individuales con forma de triángulo?Heráclito había enseñado que todo cambia permanentemente. ¿Cómo podemos conocer lo que cambia si lo que conocimos en un instante es otra cosa después? Conocer supone que lo conocido permanece, pero los heraclianos aseguran que nada permanece. Si todo cambia, ¿cómo puede defender Platón a su maestro Sócrates cuando éste dice que la areté es conocimiento y cuando pide que busquemos las esencias de las cosas? Parménides, por otro lado, había dicho que existe una substancia simple, inmóvil e inmutable, conocida sólo por nuestra inteligencia, mientras que las informaciones que nos proporcionan los sentidos son simplemente ilusiones.
Platón creyó resolver el problema afirmando que las esencias existen y se refirió a ellas con la palabra griega idea, que significa patrón, arquetipo, modelo; más aún, ellas son la verdadera realidad. Sin embargo, las informaciones de los sentidos no son simples ilusiones como decía Parménides; tienen una realidad que, aunque no es de ellas, es participación de la de las ideas pues son como sus proyecciones, proyecciones pobres y limitadas sin embargo; este participar de la realidad de las ideas es lo que les da apariencia de ser. Existen en el espacio y en el tiempo, por eso son cambiantes, múltiples, divisibles, en cambio las ideas están fuera del espacio y del tiempo, son espíritu, no cambian, son eternas.
Otra pregunta. Cuando por primera vez observamos unas actuaciones de hombres que nos llevan a separar, a abstraer de ellas el concepto de justicia, ¿por qué nos interesamos en abstraer lo que llamamos justicia? ¿Teníamos de antemano el concepto de justicia?
Platón dice que sí.
El alma humana —la parte del hombre que conoce— es individual, supraterrena, indivisible, por tanto inmortal. En el tiempo se une al cuerpo y comienza a tener percepciones sensibles. Ha tenido muchas vidas en el tiempo. Antes de ellas y, entre unas y otras, conoció las formas eternas o tuvo vislumbres de ellas. Las ha olvidado porque el cuerpo la esclaviza, pero ciertas cosas que los sentidos le permiten percibir en torno de ella la hacen recordar lo que antes había conocido. Por eso podemos calificar de "justas" a ciertas actuaciones de los hombres, de valientes otras, de prudentes otras. Dar con las esencias de las cosas es recordar bien lo que conocíamos antes.
La percepción de los sentidos —que el cuerpo hace posible— despierta el recuerdo de las formas eternas que son lo real y verdadero. Abierto ese camino, el filósofo sigue por él, dominando los deseos del cuerpo para liberar al alma y permitirle dedicarse al conocimiento de las formas perfectas. (Platón hace decir a Sócrates que la filosofía es una preparación para la muerte porque prepara al alma a quedarse permanentemente en el mundo de las ideas).
Así son los filósofos que Platón quiere que gobiernen las ciudades. Para ellos el poder político no será una tentación sino una carga que soportar por el bien de la comunidad. Su vida no será fácil pero será feliz porque han alcanzado la sabiduría.
Lo bueno
De las enseñanzas de los sofistas, por ejemplo que las leyes son meros convencionalismos humanos y que la dike de la naturaleza permite al fuerte hacer lo que le plazca, se llegaba a una conclusión: el deber no tiene sentido, bueno es lo que agrada. Amanecía el hedonismo.
En cambio, Sócrates y Platón se dedicaron a negar que bueno y agradable fueran sinónimos.
Sócrates insistía primero en la necesidad de conocer qué es "bueno". Hay cosas agradables al comienzo y dañinas después. Por tanto, lo agradable sin más no asegura lo bueno. Nos acercamos a lo bueno cuando pensamos en lo que es beneficioso y no daña. Pero, ¿nos estamos quedando en un egoísmo calculador?
No era eso lo que Sócrates quería. Usaba ese tipo de argumentación para valerse de las palabras de los sofistas mismos como argumento contra ellos. Pero, si aceptáramos la palabra "beneficioso" sin más, habría otra pregunta que hacernos: ¿beneficioso para qué?
Para Platón todo tiene un fin, una función (ergon ). Cumplir con ese fin es el bien de cada cosa. Hacerlo presupone una areté: el estado en que cada cosa realiza mejor su ergon. El carpintero que hace una lanzadera no la hace a su capricho sino teniendo en mente el uso que le dará el tejedor. Los que construyen un barco ordenan todas sus partes, subordinan todas sus partes al propósito de navegar. También el ser humano tiene un fin y por eso hay una areté específicamente humana un estado óptimo del alma humana que permite al hombre alcanzar su fin.
En la República se busca cuál es ese estado optimo del alma humana al que también llaman dikaiosyne (lo que es propio del ser humano). Como en el lenguaje corriente la palabra alude principalmente a las relaciones entre los hombres, en la República se considera apropiado hablar primero del estado optimo de estas relaciones en la ciudad y hasta después del hombre en sí. Comencemos, pues, con la areté o la dikaiosyne en la ciudad.
El bien de la ciudad
Al principio dijimos que Platón quiere defender la idea de ciudad-estado como unidad independiente política, económica y socialmente . Retrocedamos un poco. El dominio de Filipo y Alejandro de Macedonia sobre Grecia terminó con la autonomía de las ciudades-estados, aunque, en verdad, éstas venían en decadencia desde hacía un tiempo.
En las antiguas ciudades, estado y religión eran una sola cosa. Conviene aclarar esta afirmación para no proyectar en el pasado cosas del presente: no es que la iglesia estuviese subordinada al estado o el estado a la iglesia; no había palabra para lo que hoy entendemos por iglesia ni existía nada parecido a iglesia fuera del estado mismo. El culto que daban a los dioses eran festivales oficiales de la ciudad y se participaba en ellos como ciudadano. La religión no era un asunto personal sino ciudadano. Por tanto, poner en duda la religión era poner en duda las bases de todo el orden social.
Las dudas se venían sembrando desde tiempo atrás. Los filósofos de la naturaleza, de que hemos hablado antes, decían que los dioses probablemente existían de una forma diferente a la trasmitida por tradición homérica; los sofistas enseñaban que no se podía saber nada de los dioses y que éstos nada tenían que ver con las leyes de las ciudades —hechas y deshechas por los hombres. Un tercer ataque a la antigua religión provenía de movimientos místicos, generalmente basados en escritos atribuidos a Orfeo, cuya religión era asunto personal, totalmente separado de los deberes ciudadanos.
Aunque Platón había renunciado a la actividad política, pensaba mucho sobre la vida política, comprendía su decadencia y quería revertirla. Había que volver a la antigua ciudad-estado pero sin los errores, desórdenes y abusos de la envilecida democracia griega. Gentes inmorales e incapaces gobernaban para su propio beneficio. Platón quiere ordenar toda la ciudad al bien de la ciudad.
Su maestro Sócrates lo había enseñado heroicamente con su muerte. En el diálogo Critón, el discípulo insta al maestro a huir de la cárcel y de la ciudad, para escapar de la muerte. Sócrates responde invitando al discípulo a imaginar que, caminando ya hacia la salida, se les aparecen Las Leyes y preguntan a Sócrates ¿qué busca al huir, buscas destruirnos a nosotras Las Leyes, buscas destruir a la ciudad entera que existe por sus leyes? Con estas preguntas propone al discípulo Critón que las piense y las responda también. Sócrates está haciendo ver que no puede huir porque ha aceptado vivir obedeciendo las leyes y las decisiones de los tribunales, aunque lo condenan a muerte.
Para Platón el bien o fin de la ciudad es que los que en ella vivan lo hagan tan plena y felizmente como sea posible. Igual que las partes de un barco tienen distintas funciones, todas subordinadas a la buena navegación, así las partes de la ciudad deben cumplir su propia función contribuyendo al orden y bienestar del todo. (Vienen a la mente las sencillas palabras con que comienza la constitución de los Estados Unidos: "Nosotros, el pueblo de los Estados Unidos, con miras a formar una unión más perfecta, instaurar la justicia, asegurar la tranquilidad interna, proveer para la defensa común, promover el bienestar general y garantizar las bendiciones de la libertad ").
Las partes de la ciudad son sus ciudadanos a quienes Platón agrupa en tres clases según sus intereses o inclinaciones. La clase más numerosa es la de los dedicados a satisfacer las necesidades económicas; unos proporcionan alimentos, otros artesanías, otros intermedian como comerciantes; son personas que dan más importancia a las cosas de los sentidos. Luego viene la clase de los guardianes y guerreros, encargados del orden y defensa de la ciudad; su característica es el valor; puesto que de ellos saldrán los dirigentes de la ciudad, reciben educación especial y no pueden tener familia ni propiedades para que lo personal no los distraiga de los intereses de la ciudad; las mujeres de esta clase reciben la misma educación que los varones y participan en las guerras. En las Leyes, escritas en la vejez, Platón suaviza estas durezas, permitiendo la familia y la propiedad, pero todavía allí limita la propiedad, porque la codicia es la fuente de todos los males del estado. De entre los guerreros se escogen los mejor dotados y entre los 20 y 30 años se los somete a más formación. Los que sobresalen pasan a la tercera clase de la sociedad, los "guardianes perfectos" cuya función es gobernar y cuyo rasgo sobresaliente es la inteligencia; porque son filósofos perfectos serán capaces de poner la verdad como base de todos los asuntos.
La areté (virtud) o la dikaiosyne (justicia) de la ciudad consiste en que cada clase cumpla sus funciones en armonía con las otras clases. Este es el estado óptimo de la ciudad, el que la permite alcanzar su fin, su bien.
Los fundadores de los Estados Unidos trataron de evitar los abusos de los gobernantes por medio de la separación de los poderes; con el mismo fin Platón separó a los gobernantes de la actividad económica; quien está interesado en riquezas bien puede dedicarse a ellas, pero no puede gobernar. Los abusos de los gobernantes, sin embargo, no se quedan sólo en lo económico. ¿Cómo evita Platón estos otros abusos? Pareciera que confía en la santidad de sus filósofos, aunque, como hemos visto, no les tuvo confianza en asuntos de bienes materiales.
El bien del hombre individuo
Todos conocemos situaciones como ésta: se tiene mucha sed pero al mismo tiempo se sospecha que el agua disponible está envenenada. Algo te dice que satisfagas tu sed y algo te dice que te abstengas de beber. En esta lucha interna Platón descubre que el alma también tiene "partes". Está amaneciendo la psicología. La parte que te dice que es mejor abstenerse —a la que Platón llama "razón"— es la que tiene capacidad de pensar, su función es conocer lo espiritual. La parte que te dice que está bien beber —a la que llama "deseo"— atiende las exigencias del cuerpo, las de alimentación, salud, reproducción. Pero Platón ve más: hay personas que resisten efectivamente a los deseos, otras ceden ante ellos; señal de una tercera parte del alma, la que decide —a la que llama "thymos". Palabra de difícil traducción porque abarca los afectos nobles como tener esperanza, tener la voluntad de hacer frente a lo adverso, tener valor, ser brazo ejecutivo de la razón, someter toda el alma a la razón humana.
El estado óptimo del alma humana, su areté o dikaiosyne es la colaboración armoniosa de las tres partes, bajo la dirección de la razón.
Las dificultades que ofrecía el planteamiento hedonista de los sofistas quedan definitivamente superadas. El bien del hombre no es placer, es asunto de otro orden enteramente: la saludable organización del alma.
Nótese que, sin las tres partes del alma, Platón no hubiese podido agrupar a los habitantes de la ciudad en las tres clases en que los agrupó. Las inclinaciones e intereses de los hombres varían con el influjo de una u otra parte del alma. En el alma de los que se inclinan por los asuntos económicos influye más el deseo; en los guardianes y guerreros, el thymos; en los filósofos, la razón.
Sócrates había dicho que los hombres escogían el mal por ignorancia; si lograban conocer el bien, escogían el bien. Ahora vemos que, si el alma humana no está bien ordenada, el deseo puede superar a la razón. Sócrates tuvo una formidable fuerza de voluntad en su vida, pero parece que no comprendió la importancia de tenerla; aunque dio un paso genial hacia la verdad al enseñarnos que la virtud es conocimiento, Platón lo superó con otro paso genial al reconocer que podemos tener conflictos dentro del alma y que necesitamos una voluntad obediente a la razón para resolverlos bien.
Comienza la teología natural
Los sofistas conocían lo que habían dicho los filósofos de la physis , que de algún modo se trataba de fuerzas universales y permanentes y que los hombres no podían cambiarlas. Esta concepción, sin embargo, contradecía lo que ellos sabían por experiencia, que las leyes y costumbres eran inventos de los hombres y, por tanto, no tenían nada ni de universales ni de permanentes. En el capítulo 10 de Las Leyes, donde Platón trata de los crímenes contra la religión, hay un resumen de estas afirmaciones:
Los hombres inventaron el arte y el designio de las cosas. Las leyes no existen en la naturaleza, son invención humana. Los dioses mismos son invento humano.
La vida de acuerdo, a la naturaleza, consiste en ser más fuerte que los otros y en no someterse a leyes.
Platón responde que es verdad que el arte y el conocimiento del designio de las cosas son obra de inteligencia. Pero la inteligencia no contradice a la naturaleza. La inteligencia es lo más alto de la naturaleza. No sólo lo más alto, es la causa de todo lo demás.
Afirma esto basándose en su análisis del movimiento, entendido éste como cualquier cambio de las cosas. El movimiento puede ser automovimiento cuando su origen está dentro de lo que se mueve. También puede ser movimiento inducido, cuando es provocado desde fuera de lo que se mueve. La serie de estos movimientos inducidos desde fuera nos lleva, al final, a un automovimiento. El automovimiento es, por tanto, anterior a los movimientos inducidos, puede comunicar movimiento a todo los demás porque tiene en sí mismo la fuente del movimiento.
¿Conocemos algo a lo que podamos llamar "auto-motor"? Sólo una cosa: el alma, la psyche, el principio de la vida. El alma es anterior a todo lo demás y es causa de todo lo demás.
Si el alma es anterior al cuerpo, los atributos del alma son anteriores a los atributos materiales. La inteligencia y la voluntad son anteriores al tamaño y la fuerza. Por tanto, la primera causa de todo es inteligencia y voluntad, ser capaz de dar a todo un designio inteligente. La primera causa de todo no es una fuerza irracional, como decían los sofistas.
Ahora bien, Platón conoce la existencia del mal moral y de movimientos "irregulares" y eso lo hacen pensar que en el universo actúan también almas depravadas. El alma racional actúa ordenadamente, como se ve en los movimientos cósmicos, en los de las estrellas, en los del día y la noche; su regularidad indica que están regulados por una inteligencia ordenada. El alma más alta de todas, origen de todos los movimientos, es por necesidad la más perfecta y la mejor.
Este razonamiento de Platón no lleva, estrictamente hablando, al puro monoteísmo, pero prepara el terreno para el argumento de Aristóteles.
Además, Platón busca a Dios por otros caminos: " si existen cosas más o menos perfectas, más o menos bellas y buenas, más o menos dignas de amor , necesariamente debe haber un ser en quien la bondad, la belleza y la perfección estén en estado puro, y que es la razón de la belleza y de la bondad de todos los otros seres. Y se remonta así hasta el verdadero Dios, trascendental y distinto del mundo, que se lo representa como la Bondad misma, el Bien absoluto, el Bien en persona, si así puede decirse." (1)
Evaluación de Maritain
El pensamiento de Platón es amplísimo y quiere abarcar todas las cosas en un solo abrazo. Pero su sabiduría superior y maravillosamente intuitiva le impide fijar en una doctrina definitiva muchas cuestiones que deja sin precisar. En muchos puntos débiles, en los que otro insistiría, él pasa adelante. De modo que lo que en otros es una nota de imperfección —la vaguedad, la imprecisión, lo inacabado y ese modo de exposición, más estético que científico, en el que procede por metáforas y símbolos, proceder que Santo Tomás juzga con severidad— de hecho es en él una ventaja y preserva de una deformación demasiado perjudicial, las verdades que con su genio supo conquistar. Desde este punto de vista podría decirse que el platonismo es falso, si se lo toma como sistema definitivo; pero si se lo considera como algo transitorio, como un movimiento hacia algo superior a él, el platonismo ha constituido en la formación de la filosofía un magnífico monumento de transición." (2)
(1) Jacques Maritain, Introducción a la Filosofía (Buenos Aires: Club de Lectores), p. 57. [Regresar]
(2) Jacques Maritain, Ibid., pp. 62-3. [Regresar]
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